BIOGRAFÍA
El más noble ejemplo a seguir por todos los que
nos sentimos ser verdaderos dominicanos, como él.
Nace casi nueve años antes de la ocupación
haitiana a territorio dominicano. Viene al mundo el
26 de enero de 1813 y la ocupación se produce
en 1822.
Como era apenas un niño a cumplir nueve años
de edad, y por proceder de una familia que se podía
llamar económicamente holgada, para él
debió resultar contraproducente que, de buenas
a primeras, lo que conocía como “su país”
se convirtiera en “otro País”. Sin
descontar los constantes traslados de posesión
que se verificaban con gran frecuencia entre España
y Francia, en virtud de los tratados que se firmaban.
Cuando los haitianos ocuparon la parte este de la isla,
proclamaron la unificación total, y la denominaron
Haití en su totalidad.
Su madre, doña Manuela Diez se ocupaba de educar
a sus hijos (Juan Pablo era el quinto de sus doce hijos)
y se dice en los escrito sobre su persona, que por la
gran inteligencia que poseía, con apenas siete
años de edad, se sabía y recitaba el catecismo
de memoria. De esto se desprende su profunda vocación
cristiana.
Todo se tornó harto difícil, incluyendo
la educación, y siendo un adolescente sufrió
lo que podríamos llamar “su primer exilio”,
cuando sus padres deciden enviarlo fuera del país
si querían que alcanzar un grado de instrucción
que no iba a lograr internamente. Aprovecharon un viaje
de un amigo comerciante de origen español llamado
Pablo Pujols, y lo envían con él a la
ciudad de Nueva Cork, en Estados Unidos, además
del continente europeo. En ese periplo por Europa, conoció
ciudades muy importantes, tales como: Barcelona, París,
Londres y Hamburgo. En ese entonces no había
cumplido los dieciocho años de edad. Parte de
su acervo al regreso fue hablar y escribir varios idiomas,
tales como francés, alemán, portugués,
inglés y latín, que junto al dominio del
español le permitían dominar seis idiomas.
Una pregunta anecdótica: Yendo en el barco, un
miembro de la tripulación le preguntó
por nacionalidad, contestando “soy dominicano”;
el tripulante le replicó expresando que él
“eres haitiano”. Es lógico pensar
que fue herido en su orgullo propio y patriotismo, por
lo que sus deseos, tal vez ya decisión tomada,
de libertar a su pueblo, debieron verse acrecentados
y reafirmados.
Cuando Juan Pablo Duarte realiza ese su primer periplo,
corre el siglo XIX, por lo que han transcurrido varios
centenares de años desde la Revolución
Industrial y el nacimiento de las libertades en el continente
europeo y los Estados Unidos. Es decir, que respiraba,
por doquier que pasaba, aires de libertad que debieron
contrastar significativamente con lo que conocía
hasta ese momento. Sobre todo, debió parecerle
maravilloso el esquema de respeto a los derechos individuales
y colectivos, que se arraigaban con el paso de los días.
Un lustro posterior a su partida, regresó a territorio
dominicano en el año 1833 y de inmediato comenzó
a contactar a sus antiguos amigos y compañeros,
dando inicio a una campaña de concientización
que encontró el suficiente eco que la llevaría
a feliz culminación. De manera pormenorizada
fue hablando con cada uno de ellos, enfatizando sobre
la obligación que se tenía con el país
para desalojar a los haitianos que de manera irracional
conculcaban las libertades de los habitantes de la parte
este de la isla.
Las febriles actividades de Juan Pablo Duarte, todas
calculadas con la frialdad de un fino político,
lo condujeron a participar en el derrocamiento de Boyer,
hecho ocurrido en el año 1843. Una ves puesto
al descubierto, el día 2 de agosto de ese mismo
año sufre su segundo destierro, pero a diferencia
del primero, este no fue para estudiar y cultivarse,
sino para escapar a la fiera persecución a la
que fue sometido.
Junto a varios de los trinitarios, abandona el país,
mientras otros también perseguidos buscan refugios
para escapar de la encarnizada cacería que contra
ellos se había desatado.
No obstante estar aparentemente separados, los trabajos
en pro de la independencia no se detuvieron, y al paso
del tiempo, casi siete meses después de su salida,
se dio el grito de independencia, el 27 de febrero de
1844 en horas de la noche. Con el nacimiento de un nuevo
día, también nació una nueva nación
bautizada desde seis años antes con el nombre
de República Dominicana.
Los haitianos quisieron continuar aferrados a lo que
equivocadamente creían les pertenecía,
pero luego de varias batallas, casi todas encarnizadas,
los dominicanos logramos extirpar de nuestro seno ese
cáncer que permaneció aquejándonos
durante 22 largos años.
Luego de proclamada la República, el gobierno
que se estableció envió por Duarte, establecido
en la isla de Saint Thomas, recibiendo a su llegada
los honores de héroe nacional, siendo designado
general del ejército. Lamentablemente aparecieron
desavenencias de algunos dirigentes que entraron en
desacuerdo con el Padre de la Patria, imponiéndose
la peor parte, porque tanto Duarte como algunos de sus
seguidores fueron deportados por Pedro Santana y Tomás
Bobadilla. Esta mala pasada terminaría con la
anexión de la República Dominicana a España
en el año 1861, cuyo artífice fue Pedro
Santana.
La lucha entonces se inició contra un elemento
foráneo que se creía amo y señor
de este país. La lucha era contra un adversario
de mayor poder que el anterior que nos ocupó
por 22 años. En el año 1863 se proclama
la Restauración de la República, por un
grupo de buenos dominicanos, a cuya cabeza se encontraba
el general Gregorio Luperón.
En el año 1864 se produjo el retorno a la Patria
de Juan Pablo Duarte, integrándose a las luchas
que se libraban en contra de Pedro Santana y sus acólitos,
para evitar caer de nuevo en manos foráneas.
Este proceso se conoce en los corrillos de la historia
como la Gesta de la Restauración.
Dados los procesos independentistas que se desarrollaban
en Sur América, se pensó en que Duarte
sería el mejor emisario para buscar apoyo internacional
para los revolucionarios restauradores dominicanos.
Lo enviaron a buscar ese apoyo, siendo su labor de extraordinario
valor, pero se radicó en Venezuela, donde contrajo
una enfermedad que lo postró, muriendo lejos
de la Patria de sus sueños, el 15 de julio de
1876.
Junto a Francisco del Rosario Sánchez y a Ramón
Matías Mella se le conoce como los Padres de
la Patria.
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